Se encontraba solo. Y no porque no hubiera gente a su alrededor, que la había, sino porque no les percibía. No tanto como a otros que, por el contrario, estaban más lejos físicamente. Miraba a lo lejos ensimismado en sus pensamientos. Buscando una salida. Sin fuerzas para echar a correr. Esperando el abrazo de la vida.
Había tocado fondo. No era el día. Le habían mordido el corazón. Tenía una parte rota a dentelladas. Pero, no de ahora. Quizá, éste sólo era un mordisco más de los que llevaba marcados. O quizá, era el definitivo. Quizá no, le quedaba mucha vida; muchos comensales que se llevaran un trocito contra su voluntad. Pero ese día sentía que era el que más dolía.
Había tenido el corazón varios días a remojo y estaba blandito. Y le habían hincado los colmillos; para comerle mejor. Ahora sangraba agua salada. La suficiente para llenar el vaso que se colmó.
Y allí seguía. Ensimismado en sus pensamientos. Recorriendo la espiral de vivencias que le habían hecho aprender. Preguntándose por qué para limpiarse el alma o la conciencia necesitaban ensuciarle a él. Por qué se buscan tantas excusas para no asumir las culpas. Sintiendo que la vida no es de color rosa pero que, ahora, vista desde fuera, la suya parecía gris. El único color era el de su jersey y la luz no era lo suficientemente intensa como para reflejarlo en su rostro.
No era de mucho sonreír, en ocasiones se lo habían reprochado, pero él no lo decidió. Quizá, no había tenido los suficientes motivos como para que la sonrisa quedara perenne en su boca. Quizá, fue colmado antes intelectualmente que, a nivel emocional.
Porque no todo es poner la atención en los errores que se cometen. Porque existen las oportunidades y los reconocimientos. Porque de vez en cuando, se puede aplaudir. Porque la vida no tiene por qué ser sufrimiento. Aunque se diga.
Y allí seguía. Ensimismado en sus pensamientos. Buscando el cómo si las almas quieren; en cualquiera de las múltiples formas del querer; pueden herir tanto. Sintiendo que le creen un Dios cuando no lo es. Que parecen no percibir que, como toda persona, siente. Y porque siente, duele. Aunque al día siguiente se levante una vez más.
Porque sí, es fuerte. Porque la vida fue su gimnasio. Y sigue entrenando. Día a día. Aunque ese día su lado sentimental le traicionó de nuevo. Y allí seguía. Esperando ese cambio que nunca llegó. Dicen que el tiempo calma o cura. Aunque también es cierto que el tiempo perdido nunca vuelve.
Quizá por eso veía entonces la imagen de ese niño que, aunque no demasiado dicharachero, se aferraba a sus ilusiones.
Allí seguía. Pero ya no inmerso en sus pensamientos. Le habían vuelto a romper el alma pero, ya recogería los trocitos al amanecer. Porque él se hizo fuerte dentro del dolor, porque seguiría cogiendo los trenes que pasaran por la vía de su vida. Y porque estaba decidido a burlar al destino y a que la próxima vez que mirara a lo lejos viera tan solo una imagen borrosa de lo que ahora sentía.
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