Las espinas son un mundo aparte. Es curioso cómo emergen del tallo como un cuerpo extraño. Rugosas, sin nada que ver con la tersura del tejido. Puntiagudas, rompiendo la llanura del tallo.
¿Cómo puede ser que de entre "la belleza" emerga semejante extravagancia? Parece ser que unas veces el pimpollo se transforma; deja de ser regular, razonable, armonioso; pasando a ser abrupto, rudo, tortuoso.
En otros casos son resultado de la transformación de las hojas; como los cactus.
Las veces más raras la raíz, el germen; el origen de ese ser vivo; sufre una intensa modificación hasta convertirse en la aborrecida raspa. Son las espinas radicales.
Todas ellas abundan en terreno árido y toman la función de almacén de aquello que se carece. En otros ámbitos actúan como arma de defensa. Versátiles donde las halla, las espinas ya eran utilizadas como herramientas por nuestros antepasados primitivos.
Pero no todo es utilidad. Todo pro tiene su contra. Aquel que ose cortar la flor más tierna del rosal seguramente... acabe herido. Ya desde el Génesis este aguijón fue impuesto a Adán y Eva como castigo a morder el anzuelo.
Quizá por eso las espinas se asocian a las rosas, las rosas al amor, el amor al dolor, una cosa lleva a otra... y cantaron que "amar es el empiece de la palabra amargura", que la rosa que hiere con sus pétalos cura y cuanto más cura, más escuece. Un antagonismo tan real como la vida; o tan verdad como un castillo.
Y es que ya cantaba Mecano "una mentira y un credo por cada espina del tallo". Y cuántos rosarios hacemos con los amores (en todas sus variedades, ya sean, amistades, compañerismos, cariños, amores pasajeros o no) que nos engañan ó, cuales flores tiernas nos enseñan los dientes cuando menos te lo esperas.
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